Viajar para leer en el librero

12 de abril de 2008

Cuando aquí hablo de lectura, en ningún momento me refiero a todo eso que cada día leemos para cumplir con nuestras obligaciones de estudio y de trabajo, ni para cubrir nuestras demandas de información. Esa es la importantísima lectura utilitaria, prueba de que hemos sido alfabetizados y no lo hemos olvidado, pero no es la lectura, la que hacemos por capricho y placer —razón única por la que alguien puede acabar convertido en lector.

Esa lectura, la que en verdad cuenta, la que pone a prueba la capacidad para comprender y disfrutar el texto —sin comprensión no hay placer posible, ni utilidad—, no es un asunto de ratos libres ni de tiempos muertos. El tiempo de lectura, como el de dormir o el de trabajar, necesita ser defendido de todas nuestras demás ocupaciones. ¿Una hora al día, dos, tres? Asunto total y terriblemente personal. Yo tengo demasiadas otras cosas que hacer. Separo una hora, hora y media al día, por la noche. A veces se me convierten en dos, pero para entonces son las dos y media o las tres de la mañana y el tiempo de dormir también reclama su imperio —me levanto a las siete, siete y media, según el día—. Menos tiempo del que yo quisiera… Sin embargo, por fortuna, hay una compensación que la vida me ha dado: el tiempo de viajar.

Salir de México cada que se puede, a distintas ciudades del país, puede ser una rutina feliz: asuntos oficiales, ferias, pláticas, talleres, cursos… cualquier pretexto puede ser bueno y casi cada invitación debe ser aceptada. Los viajes me han dado una espléndida reserva de tiempo para leer.

Si voy en camión, o si alguien me lleva en automóvil —Querétaro, Xalapa, Pachuca, Puebla, Morelia, Guanajuato, otros lugares a distancias semejantes de México, donde vivo—, hay de tres a cinco o seis horas espléndidas, a la ida y a la vuelta, contando el tiempo de espera en las terminales.

Y por fortuna, tengo en mi costumbre de viajar, además del tiempo del trayecto, esas mañanas o esas tardes o esas noches en que uno, con el mayor tacto posible, declina invitaciones y se encierra en el hotel para leer cuatro, cinco horas seguidas, lo cual a veces duplica y aun triplica el espacio que, día con día, en el resto de la semana, puedo dedicar a la lectura.

Leo de corrido los libros, pero se me antoja volver a ellos abriéndolos al azar, para caer en cualquiera de sus textos.

Y aun sin salir de la Ciudad de México, llevar un libro puede librarte del tedio de soportar un trayecto de un par de horas —cuatro si pensamos en el trayecto de regreso— que podemos transformar de rato libre —o muerto segun sea el caso— en 4 preciadas horas extra de lectura, ultimamente no he leído tanto como quisiera, así que creo que tendré que empezar a viajar más...

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Bela viagem!